Somos cápsulas de tiempo columpiándonos en la cornucopia cósmica. la velocidad con la que viajamos la determina la hipotética materia oscura, ya que en el infinito no existe la fricción, solo la gravedad. Shumos trashumantes.
La carga que transportamos a través del universo es información, y a pesar de que el contenedor está repleto de agujeros, aun así arribamos a nuestro destino con el embalaje preciso, correspondiente, después de haber navegado por subafluentes llenos de afluentes aventurados, comprometidos, sin destinos
reales.
Quizá fue un error haberle avisado, los genios no duran mucho porque sus cápsulas se consumen a gran velocidad. Las conclusiones siguieron siendo las mismas acerca del instante pero con mucha más determinación.
Se detuvo, literalmente. Con lo cual, consiguió lo que tanto había escudriñado durante toda su vida, llevar a término la ecuación.
Por mi parte no alcancé más que a dejar esta nota, ya que el logro de las empresas de algunos recae en el fallo de otros. Y con esto no busco lavarme las manos, simplemente quiero dejar evidencia, apelando a mi último recurso.
Cumplidos los trece cruzó los linderos. Cómo lo consiguió nunca lo sabré y aun sabiéndolo no habría posibilidad de explicación. En mis conjeturas puedo sugerir puertas en las dimensiones del tiempo, algo así como fronteras invisibles que guardan las cápsulas con las que transitamos nuestras encomiendas.
La solución al problema era simple pero muy complicada la ecuación, un aliciente lo bastante poderoso para alimentar el ego de cualquiera, querer detener el tiempo; sin embargo, no disfrutó el ambivalente resultado obtenido, nadie lo hizo, ya que al cruzar la frontera del tiempo se llevó con él todo lo creado desde el momento del big bang.
Al detener ese segundo infinito, necesario para alcanzar toda la ventaja que nos lleva el tiempo, ahí quedó todo congelado... Para siempre.
Encontró la nada buscando la eternidad. Nos llevó a todos. Nos hizo parte de su experimento arrastrándonos con su ego. Romper la cadena significó arribar a la invariabilidad, quedar inertes, como en una fotografía, sin poder dar marcha atrás.